La magia del Camino

Fue en octubre de 1993 cuando tuve mi primera llamada de atención sobre el Camino de Santiago. Hasta entonces tan solo tenía una vaga idea gracias a algún libro de historia que hacía referencia a peregrinaciones y peregrinos por Europa. Aquel día, conduciendo por la nacional del norte camino a Asturias bajo una lluvia infernal, vi como un camión salpicó por completo a un joven que caminaba por el arcén cubriendo con un simple chubasquero de plástico su cuerpo, y la joroba que le proporcionaba una enorme mochila sobre su espalda. Aquella imagen me atrajo, llamó mi atención y me hizo preguntarme que podría llevar a alguien a caminar por aquel lugar y en esas condiciones.

¡Quién me iba a decir a mí entonces cuantas veces sería yo la que habría de vivir esa misma escena en primera persona, y que aquel Camino de Santiago iba a formar parte de mi vida para siempre!  

Desde aquel día mi curiosidad natural me llevó a interesarme e indagar sobre que era aquello del Jacobeo. Aquel interés se convirtió en un plan de futuro y una ilusión que tuvo que esperar para hacerse realidad hasta septiembre del 2010, cuando cargué por vez primera mi mochila e inicié mi propia peregrinación a Santiago por el Camino Portugués. Fue entonces cuando descubrí dónde residía la magia del Camino, que más que en el final la encontré a cada paso, en cada paisaje, en cada amanecer, en las miradas libres de prejuicios de quien me saludaba con un “ULTREIA”  o un “BUEN CAMINO”, en las leyendas de las ermitas, en las historias de las poblaciones atravesadas por el itinerario y sus lugareños; en cada cruceiro, en cada flecha que me indicaba el camino a seguir, en las vieiras colocadas en el sentido correcto que me llevaban a agradecer a los anónimos, que habían transitado antes por allí señalando las rutas.

Momentos a solas en los que no sentía soledad. Descubrir que había dejado de ser caminante para convertirme en peregrina. Recibir después de una dura jornada la HOSPITALIDAD de personas que han entregado su vida y su mejor hacer a cada peregrino que decidía descansar en su albergue, esos albergues -llamados también hospitales de peregrinos- lugares de encuentro y de convivencia, donde compartir se convierte en una necesidad de cada uno que abre su corazón, transmitiendo su propia experiencia y su motivación, que en muchos casos es común a la del resto.

Tras varias peregrinaciones, desde Roncesvalles hasta Finisterre y Muxía por el Camino Francés, desde la catedral de San Salvador en Oviedo hasta Santiago de Compostela por el Camino Primitivo, la Vía de la Plata, etc, inspiraron en mí el deseo de devolver al Camino un poco de lo que de él he recibido. 

La magia del Camino volvió a actuar y me brindó la oportunidad de colaborar como hospitalera voluntaria. Gracias a ello he conocido a peregrinos de multitud de países, como si de su propio hogar se tratase se han sentado en la misma mesa peregrinos de naciones enfrentadas en guerras históricas, algunos con historias personales muy duras. Hemos llorado, reído, cantado, nos hemos abrazado y hemos compartido vivencias del Camino.

Por todo ello, he afianzado en mí el sentimiento de que el Camino de Santiago es una experiencia única a la que invito a participar a todo aquel que quiera saborear la historia de los lugares que transita, su arte, gastronomía, los personajes, las leyendas, el sonido de una gaita, los atardeceres y el abrazo de sus gentes. Es algo que te envuelve y ya no puedes desprenderte de él.

¡BUEN CAMINO!

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