En el año 1612, en el convento de Santa Clara de Coímbra, se abrió el magnífico sepulcro gótico de la reina de Portugal doña Isabel de Aragón (ca. 1270-1336), esposa del rey don Dinis. En tal ocasión se procedió al examen de los restos de la soberana -quien, tras su muerte, ya había tenido para el pueblo una consideración sacra, debido a la profunda piedad y a su actividad caritativa demostradas en vida-, como requisito indispensable en el proceso de canonización, abierto años antes. En el curso del examen del cuerpo de la reina, se extrajeron dos elementos que la acompañaron en su viaje al Más Allá: un bordón rematado en tau, de jaspe y madera revestida de placas de plata, y una escarcela decorada con una concha natural de vieira. Dos reliquias retiradas del sepulcro que recibieron a partir de entonces veneración: en el propio convento de Santa Clara de Coímbra, en el caso del bordón; y en el Palacio Real de Madrid, en cuanto se refiere al pequeño zurrón con la vieira.
El primer adminiculo, el bordón rematado en tau, hecho en la Compostela de 1325, a semejanza del bordón que porta la imagen de Santiago el Mayor en el parteluz del Pórtico de la Gloria (ca. 1188), simboliza la fe en la Trinidad, según la explicación que de ello hace el sermón 'Veneranda dies' del Libro I del Códice Calixtino. Por fortuna todavía se conserva en Coímbra, al igual que el espléndido sarcófago de la reina, en el convento de Santa Clara-a-Nova. Pero el zurrón con la vieira, concha que simboliza las buenas obras en las que tiene que perseverar el peregrino -un ser espiritualmente renovado- hasta el fin de sus días, según revela también el 'Veneranda dies', desapareció para siempre en el incendio que devastó el Alcázar Real de Madrid en 1734.
Ambos elementos, bordón y escarcela con vieira, los llevó consigo Isabel de Aragón en su viaje de ultratumba, con el propósito de ser reconocida por Santiago el Mayor como peregrina y devota suya, para que intercediese por ella como abogado en el juicio particular del alma. Un trance de ultratumba que, en la cosmovisión medieval, definía el lugar donde el difunto debía aguardar el día del Juicio Final; la mayoría de las almas poblarían el purgatorio por tiempo indefinido, en función de las indulgencias y de otros beneficios espirituales obtenidos en vida o por mediación de misas y sacrificios particulares de sus familiares.
Precisamente, la peregrinación que en julio de 1325 llevo a Compostela a la reina viuda de Portugal puede ser considerada un acto piadoso en beneficio propio y del alma del rey don Dinis, fallecido en enero del mismo año, quien no había podido visitar la tumba del apóstol, pero había donado 300 maravedíes a la Iglesia compostelana. Doña Isabel salió de Coímbra acompañada de su séquito, no sabemos si peregrinó por tierra o por mar, pero al llegar a Padrón visitó los lugares vinculados a las tradiciones jacobeas; continuó viaje a lomos de una mula ricamente enjaezada hasta Milladoiro, siguiendo después a pie hasta Santiago. Entra en la ciudad el 25 de julio de 1325, realiza ofrendas piadosas a la basílica jacobea y asiste a las solemnes celebraciones del día de Santiago.
Entre los regalos que ofrece al apóstol destacan una vajilla del rey don Dinis, la mula empleada en parte del camino, tapices con las armas de Aragón y Portugal, un grupo escultórico de la Anunciación y muy especialmente la corona que solía usar doña Isabel; este regalo piadoso es el más relevante, pues se trata del símbolo de la realeza medieval, cuyo poder emana de Dios.
En atención a estas ricas preseas -la Anunciación ocupó durante siglos un altar en el trascoro de la catedral, dándole al espacio entre el Pórtico de la Gloria y el coro el nombre de 'nave de la Preñada'-, el arzobispo Berenguel de Landoira ofreció a la reina el bordón y la escarcela que usó como parte de su ajuar funerario y que la identificaban como peregrina jacobea, tanto en vida como en su viaje de ultratumba.